Corrí, corrí sin parar. La lluvia caía sobre mis párpados, y acariciaba mis lágrimas. Una calle tras otra, bajadas al río Lebu. ¿Dónde detenerme? ¿Dónde estaba siquiera?
Ellos me habían traído hasta aquí. Sin preguntar. Me lo habían quitado todo, todo lo que amaba. Toda mi vida.
Los pies ardían bajo mis zapatos. Una cueva.
Me senté sobre una piedra, refugiada de la lluvia. Y entonces la recordé, mi única pertenencia.
Saqué del bolsillo mi querida libreta, algo mojada. La abrí y me puse a escribir. O al menos lo intenté.
Por primera vez en mi corta vida, las palabras no fluían. ¿Qué escribir? ¿Para qué escribir?
"Tú te buscas en mí. Yo escribo para ti". Susurró a mi lado un chico, con un apellido bastante colorado
Entonces tomó mi mano entre las suyas, y desde aquel día no pude parar de dibujar palabras ambiguas, sobre el papel mojado.
Aquella noche, Gonzalo me cambió.
Ailín Elisa