La
guardia del cementerio estaba tranquila. La luz de Lebu me alumbraba un poco.
De repente un ruido, algo cayendo al suelo. Saqué mi linterna. Otro ruido y
parece que la luz se me esconde tras una sombra. Avanzo otra tanto. De repente
escucho un grito ahogado en sangre. La piel se me enfría, pensé: “me vendría
bien un trago de aguardiente”.
En
la garganta se me hace un nudo y me pierdo entre las tumbas que parecieran
estar intentando llevarme a la tierra. Algo me toca la espalda. Armo el puño de
la mano derecha y al voltearme no había nadie. Inhalé profundo.
Ahí
estaba parado en frente mío con un chaleco rasgado, con larvas saliendo desde
su pecho y boca, ojos negros hundidos en su rostro y arañas trepándole en la
cabeza.
- ¿Se te antoja un trago muchacho? Vamos
sólo toma un poco.
Octavio Lorens
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