El montonero, el hijo del carcelero, el pirata. El
fantasma de Benavides se apeó del bote y avanzó. Un torso calcinado sobre un
par de mutiladas piernas. El brazo, desmembrado y unido sólo por la maldición,
alzó una lanza sobre la cual su cabeza cercenada vociferaba.
—¡Guardián! ¡heme aquí, el pescuezo cortado,
envarado, vanos son los esfuerzos del enemigo cuando a sus designios se opone
el Diablo! ¡Salid, defended tus doncellas por última vez!
El bramido atravesó la caverna, el lomo de piedra
se irguió desplazando el agua, atizonados ojos brillaron
rabiosos mientras los cuernos se sacudían las negras algas. El toro de Lebu
levantó la cabeza y resopló mezclando su respiración con el viento.
Benavides gritó, El toro cargó. Metal contra Piedra
tronaron. En Lebu, sus habitantes rezaron a la virgen, aquella que sólo las
damiselas habían podido alzar.
—Es el viento —se mintieron, mientras la tierra se
enfrentaba nuevamente contra el Mar.
S.M.P.
No hay comentarios:
Publicar un comentario