Tres caras de niños, una en cada ventana, lo vieron
descender por última vez por calle Ríoseco. Un borracho, el último quizás en
salir de la botillería, maldijo su impertinencia. ¡¿Eran aquellas horas para
una carrera en bicicleta?! Para cuando escuchó su grito, otra calle se interponía ya entre ellos.
No importaba, era sólo algo más que la velocidad
dejaba atrás. Pasó fuera del colegio en un suspiro e imaginó las burlas que no
le molestarían más. Cruzó O`Higgins, la feria y el mercado, dejando atrás el cansancio
y el sudor. Esquivando los autos con pericia pensó como, con cada pedaleo,
el dolor quedaba también un poco más atrás.
Cruzó Avenida Blanco como un rayo, sin dejar de pedalear. La improvisada rampa gruñó, pero resistió lo suficiente como para que el vehículo volará sobre las arenas que bordeaban al río.
Cruzó Avenida Blanco como un rayo, sin dejar de pedalear. La improvisada rampa gruñó, pero resistió lo suficiente como para que el vehículo volará sobre las arenas que bordeaban al río.
Carlos sonrió. El río el último que lo abrazó.
S.M.P.
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