viernes, 23 de diciembre de 2016

020. ATARDECER

Un halo dorado se despide en el horizonte, mientras una bruma suave se deshace lentamente por sobre la arena de la playa. Miro el barquito que danza en la orilla: un encaje blanco de sal, cosido por diminutas agujas de un erizo de mar . Mis manos, palos arrugados y secos, cogen y sueltan la cuerda que prende mi embarcación . Sin mirar para atrás, pongo mi cuerpo decrépito en ese nido de madera y me sorprendo por no sentir los dolores que, como perros fieles, estuvieron conmigo desde mi nacimiento hasta ayer, cuando decidí que lanzaría un adiós a Lebu, a la Tierra y a mi mismo. Y, por primera vez en mi historia, al adentrarme en ese espejo de fuego, no siento nada. No temo que la corteza de mi "nuez" se flamee. No recelo la vida. Soy como una vieja estrella marina volviendo al mar. Estoy en casa.   

Júlia Castell

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