martes, 27 de diciembre de 2016

023. LA MURALLA

El golpeteo eterno del agua choca con la pétrea obstinación de la roca que le contiene en su celda salada.
El mar deseoso de volver a reinar a sus anchas, reclama para sí esta porción de tierra llamada Lebu, pretendiendo llegar a los pies de los cerros que la rodean.
-Pasaré... pasaré... -Reclama el mar. 
Mientras la roca le responde:
-JAMÁS... -con un grito tan ensordecedor que la gente le confunde con el bramido de un toro.

Clemente Carrasco

022. EL SEGUNDO DÍA

La lluvia se hacía constante, el calor de un hogar era lo único que buscaba, la comida era escasa y el tiempo transcurría lento. Me mantenía caminando hasta quedarme exhausta, contra el viento, no había un cambio de rutina ya que era el primer día. Me quedaba pensando en las personas que me apreciaban y que me esperaban en casa, por ellas seguiría caminando, aunque ya no sienta mis patas delanteras. El primer día acaba con una luna llena, en un cerrar de ojos puedo ver mi hogar, en ella estaban las personas que me esperan llamándome Lebu sin desistir, sin darme cuenta he dejado mi cuerpo atrás, yéndome a un sueño del que no podré despertar. 
Al segundo día un cuerpo de gato fue encontrado, por lo que se pudo saber éste había sido abandonado en un parque, lejos de casa y su familia ya no se encontraba. 

Brise

viernes, 23 de diciembre de 2016

021. SERENA

Mi madre me decía que, según una leyenda de Lebu, los bebés nacidos en la playa eran bendecidos con magia. En cuanto mi vientre se rompía de súbito en un dolor lancinante, supe que la luna que yo cargaba por nueve meses estaba en busca de un nuevo cielo. Mi hija tenía ganas de asomar y sentir en su pequeñito rostro la brisa con olor a sal y algas dulces. Sentí que mi sangre se desvanecía por mis piernas como un pulpo rubro, pero sólo recordaba las palabras de mi mamá: "los ojos de esos niños son teñidos con el color de la primera cosa en que se posan". En el momento que pude sostenerla junto al pecho, lloré: sus iris estaban multicolores, como dos preciosas joyas. En la arena, una constelación de estrellas amarillas , púrpuras, naranjas, platas rosadas, celestes y esmeraldas. Mi serena ya traía el encanto al mundo, y a mí.

Júlia Castell

020. ATARDECER

Un halo dorado se despide en el horizonte, mientras una bruma suave se deshace lentamente por sobre la arena de la playa. Miro el barquito que danza en la orilla: un encaje blanco de sal, cosido por diminutas agujas de un erizo de mar . Mis manos, palos arrugados y secos, cogen y sueltan la cuerda que prende mi embarcación . Sin mirar para atrás, pongo mi cuerpo decrépito en ese nido de madera y me sorprendo por no sentir los dolores que, como perros fieles, estuvieron conmigo desde mi nacimiento hasta ayer, cuando decidí que lanzaría un adiós a Lebu, a la Tierra y a mi mismo. Y, por primera vez en mi historia, al adentrarme en ese espejo de fuego, no siento nada. No temo que la corteza de mi "nuez" se flamee. No recelo la vida. Soy como una vieja estrella marina volviendo al mar. Estoy en casa.   

Júlia Castell

jueves, 22 de diciembre de 2016

019. TUMBA DE DOS

Una fogata nocturna, alimentada con ramas de ulmo nos daba calor y luz en una noche sumamente fresca. Era el invierno más crudo de los últimos años. Mi madre y yo estábamos en la isla despidiendo los restos de mi abuelo, uno de los ochocientos habitantes del lugar. Era nostálgico y arraigado como cada uno de los lugareños. Jamás había puesto un pie fuera de sus límites. Ahora, sus cenizas, volaban por el aire de su amado lugar. Quizá, pensé, serían transportadas por el viento hasta el mar y por éste a cualquier lugar del mundo. ¿Perú? ¿Japón? Que ironía, ¿no?
No llegué a conocerlo bien por problemas familiares de larga data. No sé si era buena persona, si era creativo, si alguna vez en la vida hizo algo destacado. Mi madre no me habló de él. Sólo lo hizo para comunicarme su muerte. Pero sé una cosa: jamás me iré de Isla Mocha.  

Cristina Burgos

018. LAS ORILLAS DE LA FELICIDAD

Observaba las estrellas y la costa opuesta. El río Lebu era una alfombra oscura y fresca que nos defendía del calor diurno. Por las noches, siempre bondadoso, era perfecto para la pesca. Pejerreyes y congrios transitan sus aguas iluminadas por la luna, su amiga nocturna, indiferentes a las cañas de los pescadores que ahogan sus penas o desatan su vanidad en el río que atraviesa el oeste chileno. La mano, suave y tibia, de Carolina se posó en mi hombro desnudo. No me habló, sólo contempló el horizonte conmigo. Se agachó y me besó en la mejilla. Percibí su aliento caliente y su perfume con aroma a mora salvaje. Fui feliz, una vez más, en esa orilla lodosa y poblada de pajonales. Me puse de pie, mientras observaba la silueta curvilínea de mi amiga marchándose a contraluz, y me arrojé de cabeza al abrazo protector de las aguas de Lebu. 

Cristina Burgos

martes, 20 de diciembre de 2016

017. GUERRA A MUERTE

La hermana no se da cuenta que la selva también observa, en silencio. Solo da cobijo a quienes escapan de la oscuridad. Pero el río llora desahuciado, esperando ser consolado por quienes se adentren en él. Lo que nadie sabe, es que éste no presenta a nuevos visitantes.
Antonia Pizarro

domingo, 18 de diciembre de 2016

016. MI TIERRA, MI HOGAR

Mi padre solía contarme historias del mágico lugar donde nació, de lo hermoso que era y de las aventuras que vivió ahí junto a sus hermanos. El decía que una casa no es lo mismo que un hogar, pues, se puede tener muchas casas en diferentes lugares pero tu hogar es uno solo, es aquel lugar donde te sientes en paz, donde aunque pasen años jamás desearás estar en otro lado, es la clase de lugares que te llenan de felicidad.
Yo jamás lo entendí, creía que se trataban de historias fantasiosas que le cuentas a tu hijo pero él siempre repetía "cuando encuentres tu hogar, lo entenderás"; y ahora, cuando mi tierra cumple 154 años, a las orillas del río Lebu puedo mirar al cielo y con orgullo decirle a mi padre: encontré mi hogar. 
Camila Hardinmaddox 

sábado, 17 de diciembre de 2016

015. FUEGO EN EL RÍO LEBU

Sublime la noche que formaba parte de aquel suceso que ocurría en los muelles del río Lebu. Dejaban a descubierto cualquier evidencia con tal de acabar con el trabajo cumplido, casi a punto de llegar al día. El pequeño barco cruzaba el ancho río a duras sin todavía tocar la otra orilla, se suponía que el flaco Ponce estaría esperando con un camión para reabastecer su conteiner, pero a la lejanía sólo invadía la repentina niebla grumosa, conquistadora del pánico.
Todos creían que el jefe canceló el desembarco de manera repentina, típico de él. El pensamiento rondó sus cabezas, hasta convencerse por fin de que el "flaco" estaba en el muelle esperando. Pero esposado. Se abrió fuego de manera inmediata al barco, junto a sus tripulantes. Cadáveres adornados con plomo se ahogaba con su impotencia de escapar.
Todo me parecía...("Rodrigo") extraño en aquel... ("Rodrigo") momento...
-Rodrigo, despierta, nos llama el cabo.

Maximiliano Samael

miércoles, 14 de diciembre de 2016

014. ECLÍPTICO

De natural el fenómeno no tuvo nada. A las 10h08 de la mañana, de 22 de septiembre de 2017, empezó el eclipse solar. La oscuridad crepusculina aturdió los animales, que buscaron sus madrigueras, perchas, nidos y lechos. A las 10h43 , las plazas y las calles de Lebu ya agonizaban bajo un arrebol eterno y sombrío. Desde el Mirador Cerro La Cruz, los barcos en la boca del Biobío semejaron pálidos cadáveres de madera. La Caverna de Benavides, las otras cuevas y los acantilados se convirtieron en un paisaje espectralmente lunar. La luz ya tenía un peso de plomo cuando alcanzó el valle. Entonces la Piedra del Toro se puso a bramar con una angustia tan diáfana y calamitosa que la ciudad sintió un calofrío sin precedentes. Cuando a las 11h29 Lebu finalmente volvió a ver el sol de la primavera, las muertes ya habían ocurrido: dos por terror, tres por tristeza y una por locura.
Geranio Páramo

lunes, 12 de diciembre de 2016

013. MENSAJE

La botella estaba a siete metros de la orilla, en la playa de Lebu. Flotaba como un pez muerto, en cuyas entrañas reposaba el rollo de un pergamino. Las tres adolescentes la recogieron, suponiendo mensajes en los más diversos idiomas de la fantasía. Imaginaron náufragos, bucaneros, desterrados, soldados, esclavos y románticos de todos los siglos. Después conjeturaron el mapa de un tesoro. Cuando intentaron tirar el corcho, percibieron que cerca de ellas pasaba sumergida una sombrilla trasparente. Era una medusa, nadando frágil y pacífica. El encanto duró hasta que las tres sintieron en las piernas la cáustica atrocidad de los tentáculos. Gritaron pavoridas y fueron acudidas por pescadores. Febriles y delirantes, ellas pasaron la noche en el hospital, padeciendo en la piel las llamas de un fuego marino e invisible. Solamente en el día siguiente se acordaron de la botella -un misterio que desde el inicio estaba destinado a permanecer indescifrable.  
Geranio Páramo

viernes, 9 de diciembre de 2016

012. LO LLAMAN "RÍO", LO LLAMAN "LEUVU"

Hace muchos años, entre el cantar de las aves, oí pisadas acercarse por la tierra que abrasaba, en aquel entonces ella y yo éramos uno solo, pero al oír aquellos pasos todo cambió.
Al principio sentí un poco de temor, pues las corrientes lejanas decían que donde el hombre pisaba traía consigo una lucha, pero ¿por qué luchaban? Los árboles decían:
-Es porque visten diferente.
Pero yo pensé "¿acaso un naranjo y un manzano luchan?"; los peces decían:
-Es porque hablan diferente.
Pero, ¿acaso el Cóndor y el Huemul luchan?"
Nadie supo darme una respuesta, antes ni ahora, yo no sé si luchar radica en si me llaman río o leuvu, o si es por las diferencias entre armaduras y mantas pero lo que es certero es que para bien o para mal, la tierra y yo, el río Lebu, ya no somos solo nosotros, ahora somos "La ciudad de Lebu".

Camila Hardinmaddox

jueves, 8 de diciembre de 2016

011. DURMIENTE

Por medio siglo, Molina buscó, como peregrina  en traje de buceo, la leyenda de un barco hundido. En 2010, lo encontró donde sus cálculos siempre habían señalado: a 23 metros de profundidad, entre Lebu y la Isla Mocha. Era el 4 de mayo, día de un terremoto que sorprendió Molina sumergida. En cuanto se horrorizaba con su primer cataclismo acuático, percibió que los movimientos sísmicos habían dibujado la silueta de una embarcación en el hondo del mar. Tan luego se calmó, recorrió con una linterna reverente los túneles del barco. Transbordaban de lingotes momificados. Un baúl, ya abierto, exhibía un nido de anémonas escarlatas y, en el centro, una inesperada niña durmiente. Tenía pelos de alga. Cara de gente. Piel de orca. Cola de delfín. Brazos y manos de hada negra. Despertó con ojos de calamar y entonces dio la más tierna, quimérica, ingenua y calcárea sonrisa de los siete mares.

Geranio Páramo       

010. GABRIELA y PABLO

Cuando llegué a aquella ciudad, dejé mi mochila en el hotel y salí a deambular, como todo turista con ínfulas de flaneur. Doblé en una esquina y me encontré con la calle de Gabriela. Inevitable que me invadiera este canto: "-¿Cómo dices que se llama? / Repite el nombre bonito. / -Bío-Bío, Bío-Bío, / qué dulce lo llamaron / por quererle nuestros indios"
Con esa música seguí paseando. Por contigüidad me invadió otro canto, que dice: "Pero háblame, Bío-Bío, / son tus palabras en mi boca / las que resbalan, tú me diste / el lenguaje, el canto nocturno / mezclado con lluvia y follaje". Y supuse que pronto me toparía con otro cartel que nombraría su calle.
Pero caminé y caminé, y no la hallé. Me tentó detener a un transeúnte y preguntarle dónde. Pero preferí creer que mi incurable flaneurismo, sin rumbo ni método, me había escamoteado la calle de Pablo.    

El Lujanense

009. GABRIELA y EL RÍO

Si usted avanza por la calle Ríoseco, en dirección al norte, pronto arribará a la calle Blanco, y más allá se topará con el río Lebu ("leufu"), es decir, ¿verdad?, con el río río del Bío-Bío. Pero si usted quiere llegar hasta lo de Gabriela, quiero decir, hasta su calle, pero ¿por qué no?, también hasta sus versos, deberá cruzar el puente que va hacia (o viene desde) la naturaleza. Porque si en vez de doblar hacia su derecha, internándose en Gabriela, dirigiera su mirada hacia el oeste, cruzaría un breve desierto, con alguna que otra casita aislada, y al fin llegaría a la playa, allí donde el río y el mar se hermanan. Y tal vez le vengan a la memoria esos versos que dicen: "Hay países que yo recuerdo / como recuerdo mis infancias. / Son países de mar o río, / de pastales, de vegas y aguas".
El Lujanense