Salió por esa puerta y supo
que él se volvió un instante para mirar la tentativa de sus cabellos contactar
el vendaval y moverse. Distraída bajó los escalones de la casa y dio vuelta a
la derecha atravesando los setos, encontrándose con la esquina prolongada hasta
el horizonte, empezando en la playa de Lebu. Se sentó cercana a la arena,
buscando un movimiento adecuado para esa postura femenina. El sol yacía en su
ocaso, las olas colisionaban con las primeras piedras, cubiertas por el musgo,
y reluciendo el verde de sus perfiles. Bajó cerca y tocó la arena con sus pies
descalzos dejándose afectar por la prontitud y calidez del norte. Él se acercó
sin que ella lo viera y se tendió en la arena esperando que terminase de ver el
mar con intranquilidad. Estaba ahí, pero no entendía, miraba el mar y no
entendía que ella también estaba.
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