Al
final de su vida ella quiso que le pusiera su collar de caracolas y no se lo
sacó nunca mas. Eran caracolas recogidas por todas las playas de su lejano
Lebu. Unas eran de Chimpe y Morhuilla, otras de Playa larga, Millaneco y Bocalebu
y otras no menos bellas provenían de
misterios ojos de mar que solo ella
conocía. Eran caracolas nacaradas, azulencas, rosáceas, negruzcas y blancas;
algunas conservaban pequeñas algas petrificadas de mil años y todas guardaban
el sonido del mar. Ella se las llevaba al oído y sabía de qué playa provenían…
sonreía y su mirada se llenaba de dichosa
nostalgia. Se fue con la mas preciada joya pegada a su pecho ya inmóvil
y supimos que eso era lo que ella quería.
Amada
mía, volviste a tus playas por la eternidad.
Neftalí
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