El anciano
escritor ya desesperaba de encontrar nuevamente la musa inspiradora. Hasta ese
entonces la había encontrado en sus viajes
en los lugares y momentos menos imaginados del mundo, pero ahora que
estaba en su ocaso y los años ya no le permitían emprender nuevas aventuras, se
preguntaba: “¿Qué haría ahora que sabía solo le quedaba resto para un viaje y
posiblemente sin retorno?” Debía elegir un lugar que reuniera todas las
condiciones y para ello no encontró mejor forma que hacerlo al azar, hizo girar
el mapamundi, cerró los ojos y lo detuvo
con un dedo. Abrió los ojos, su dedo señalaba ciudad Lebu y hacia allí fue.
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