Laila Saida
El buzón del joven del tercero
seguía abierto y las cartas se iban acumulando como cada semana. El domingo
desaparecían. Todo aquel montón de sobres con matasellos de procedencias indescifrables
aparecían ante mis ojos como una provocación silenciosa. Quizás soplando un
poco…Una postal cae. La recojo sin culpabilidad. Una playa, un mirador, una
isla. Busco en mi bolso algún bolígrafo repleto de tinta. Sin dudar, adapto el
destinatario eligiendo un receptor más agradecido, y con un movimiento empapado
de elegancia la deslizo en el buzón contiguo. Se acercan unos pasos. El sonido
de la puerta de entrada capta por unos segundos mí atención. Es Madame Diderot.
“¡Bonjour!”, me lanza desde sus labios secos de simpatía. Frente a la mirada
prejuiciosa de la casera abro mí buzón. Recojo una postal en la que busco
temblorosa la procedencia. “Es de mon ami de Lebu, en Chile”, le digo en un
francés inventado.
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