“…imaginaría este trayecto hasta ver el
mar”. Así terminaba el último párrafo del diario de vida, que alguien había
dejado sobre la lápida en el cementerio simbólico de Lebu; lugar que acoge las
tumbas sin cuerpo de los pescadores que han desaparecido en el mar. Aquellos
que con desesperación y miedo han sido capturados por las olas, abrazados por
las algas, encadenados celosamente a las profundidades. Pero la historia de
esta tumba era diferente, aun cuando sus características confluyen en la
desaparición y en la muerte. Podemos suponer en común la hipotermia que le
habrá vencido, quizás sus heridas o el cansancio en su contra tratando de
remontar a la superficie y finalmente la asfixia. Esta tumba recordaba a un
cuerpo que no se esfumó en el oleaje del mar, tampoco el brilló del sol o la
luna lo cubrió por momentos. Esta era la de un minero desaparecido en la
profundidad de la tierra.
Serrana Donoso
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