Finalmente
he arribado, con el sudor bailando sobre mi frente. Mis brazos se reducen a
míseros huesos, mientras el avance de mi barca es cada vez más mecánico,
constante, inaudito. Me duelen los hombros, como si una gran ventisca sobre mi
espalda se hubiera detenido. Al fondo de mi vista, y en pocos metros, el muelle
aguarda. Te perdí Isabel, como se rompe una red echada a la mar. Te has ido, y
mi corazón destrozado es quien conduce esta barca, aproximándome incansablemente
a Lebu.
Más
pronto que nunca, volveré por ti en algún atardecer refundado. Tocaré tus manos
y amaré tu risa, veré tu reflejo en el agua y tus delicadas manos entre la
blanca arena.
Pero
pronto, hoy no. Por ahora, debo atar mi barca al muelle. Con firmeza, no sea
que la lleves contigo también.
Leonardo Chaparro.
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