Marta estaba internada
en el hospital de Lebu. Su piel avejentada se había empapado en sudor y sus
ojos se movían con inusual energía debajo de sus parpados. Rostros vagos
danzaban delante, hasta que de improviso sus recuerdos cobraron vida en mitad
de una película antigua de colores sepia. Pudo escuchar la voz de su madre
mientras cantaba, observar la sombra de
su padre recortada sobre el asfalto caliente, sentir la superficie del roquerío
donde se sentaba a leer, así como también la calidez del primer beso que su
esposo le robó una tarde de invierno. Todas sus memorias se barajaron en
desorden mientras su propio cuerpo entraba en un estado comatoso. Durante los siguientes
tres días, no hizo nada más que enfocarse a revivir su vida. Cuando finalmente expiró,
los pocos que estuvieron allí, tuvieron el amargo privilegio de contemplar el retal
de una sonrisa agridulce dibujada sobre sus labios ya moribundos.
Que triste la historia pobre Marta
ResponderEliminarHermoso..deja traslucir el momento final como un gran suspiro letargico que tiene que venir...exelente.
ResponderEliminarHermoso..deja traslucir el momento final como un gran suspiro letargico que tiene que venir...exelente.
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