Los
ríos nos abandonaron, la lluvia se olvidó de nosotros y de los mares quedó la
sal. Todos miramos al vaso más cercano y no había ni una gota de agua, se
desvaneció una noche o, tal vez, no nos dimos cuenta de que se había ido poco a
poco. Los días que siguieron estuvieron llenos de guerras sin sentido, muertes
y mucha sed.
El
último vaso de agua estaba en las manos de una niña, ella lo compartió y todos
bebimos el recuerdo: los días felices en la Cueva del Toro, queríamos volver
ahí y sonreír. Llegaron los helados sabor chocolate y el agua de sandía de mamá.
Escuchamos el sonido de la lluvia y la vida en nuestro planeta. Nos tomamos de
las manos y vimos nuestros labios secarse, la niña lloró mucho más, pero de sus
ojos ya no nació agua y no tuvimos nada que tomar.
Cassandra de Córdoba
No hay comentarios:
Publicar un comentario