jueves, 28 de noviembre de 2019

012.- AMADA


Reconocí en Lebu la mirada de la nube más perfecta. Hacía 1922, y a la muchachita de 15 años la esperaba en las afueras de su colegio, supliqué por meses que aprendiera a amarme y convencidos coronamos a la ciudad como la cuna de nuestro idilio (perenne).
Frente a las olas rondaban mis brazos por su cintura gélida mientras ella decía que me quería solamente con sus pies descalzos.
Para el final quedaron las cenizas en la arena de lo que fue nuestro entrelazo de manos.
Una caminata con su sombra convertía cien años de desdicha en nuestro ideal del cielo. Su piel, tersa y morena, rodeaba todos mis encantos y complacía mis más mesurados pensamientos.
Ya pasaba el lustro, su epitafio dictaba mal su nombre y el silbo embobaba completamente mi mirada. Sus ojos perplejos solamente yacían en una esquina de mi cabeza, aunque ésta ya estuviera desaparecida en lo profundo del océano.
Noailles

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