domingo, 27 de noviembre de 2016

008. MUTACIÓN

Un hombre soñó que se convertía en formación rocosa, pero no una formación rocosa cualquiera, sino en la Piedra Bramido del Toro. Entonces percibió como sus largos brazos, debido al insoportable peso, caían a ambos lados de su cuerpo y aunque trataba de alzarlos era totalmente imposible; vio también como algunos guijarros adheridos a su dermis se despeñaban producto a la incontrolable fuerza de gravedad, provocándole terribles dolores musculares; descubrió además como penetraban a través de sus oídos unas inauditas corrientes de vientos, que arremetían contra ambos tímpanos de manera casi violenta, escapando luego por un orificio de su cuerpo-roca, tornando el susurro en un escalofriante sonido similar al bramido de un toro.
Esa mañana, al despertarse, descubrió asustadizo que sus piernas habían hallado refugio en los confines del suelo de su habitación y que una suave brisa llegada del mar humedecía a su cabello con miles de atómicas partículas salitrosas.     
Christian

martes, 22 de noviembre de 2016

007. INGENIO DE UN ARRIERO

Ocurrió en un cerro de Lebu. Mi madre me contó un hecho ocurrido a un conocido arriero de la zona.
Llegaron dos científicos ateridos de frío al refugio de Pedro que tenía un fuego encendido en un fogón improvisado con piedras. Pidieron permiso y se arrimaron al calor. Al rato agradecieron y dijeron: "¿nos da una rama encendida para nosotros poder hacer fuego en donde acampamos?". "No hay problema", dijo Pedro y les dio una rama pero en pocos minutos volvieron pues la rama se les había apagado.
Entonces pensaron mil formas para llevar alguna brasa.
Pedro con su perro seguía sentado y solamente los miraba y escuchaba sus opiniones: que así, que con dos ramas, etc. y como no se ponían de acuerdo Pedro se levantó y les dijo: "pongan sus dos manos juntas hacia arriba", se las llenó de ceniza no caliente y encima colocó brasas que pudieron llevar sin problema.   

Experiencia de un arriero

miércoles, 2 de noviembre de 2016

006. RUTINA

Acercó el revólver a su pecho, inhaló una última bocanada de aire y apretó el gatillo. La habitación se llenó de humo y del estruendo del disparo, más no sintió dolor ni vio pasar delante de él los recuerdos de toda su vida. Bajó la mirada y en medio de su pecho vio la nueva herida a bala aún humeante, pero al igual que en las otras ocasiones, por ésta no brotaba ni una sola gota de sangre u otro tipo de fluido. 
Bajó la pistola y la guardó nuevamente en el cajón del velador.
-Será pues -se dijo. Se vistió con su camisa gris, se acomodó la corbata frente al espejo y se fue a ocupar su sillón en la alcaldía de Lebu-. ¡Total...! Mañana será otro día -pensó.

Clemente Carrasco