Lo vi pasar, débil y macilento, cubierto sólo por un chal andrajoso hecho jirones. Caminaba en dirección a la iglesia, en donde se dejó caer en un rinconcito protegido del sol. No debía atrasarme, pero el mendigo se había quedado plasmado en mi retina. Caminé la distancia la distancia correspondiente a tres casas, y enseguida, me volví sobre mis pasos. Me acerqué, y deposité la manzana que cargaba en mi bolso, encima del chal rojizo que extendía sobre el suelo. Él me miró, y sonrió. Su sonrisa, oscura y desdentada, me congeló la sangre, y me hizo querer alejarme lo más rápido posible. "No te vayas -me suplicó-, Lebu está en los cielos, y yo sigo deambulando por este infierno". Escuché con atención lo que tenía que decir y accedí a cumplir su petición. Ahora, debajo de un roble yace su cuerpo, lleno de flores que se abren por el día.
Little Bamboo
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